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En los últimos años del siglo XX se consideraba signo de modernidad digitalizar y tratar electrónicamente nuestras tareas más habituales. En esta época nacieron términos que ya forman parte de nuestro vocabulario cotidiano, como: e-mail, comercio electrónico, tramitación electrónica, y otros que no han alcanzado tanta popularidad: e-administración, e-medicina, e-democracia, etc.

Sin embargo, es muy posible que durante el siglo XXI veamos una transición de los términos e- hacia los términos s- (s; de smart, inteligencia). Es decir, los objetos que nos rodean están dotados de capacidad de actuación electrónica y, por tanto, de ser programados de una manera inteligente para obtener un mejor uso de sus capacidades, lo que se ha dado en llamar la “ internet de las cosas ”:

Con la continua evolución de la miniaturización y la reducción de costes, se está convirtiendo, no sólo tecnológicamente posible, sino también económicamente viable hacer más inteligentes los objetos cotidianos y conectar el mundo de las personas con el mundo de los objetos. La construcción de este nuevo entorno, sin embargo, plantea una serie de desafíos. En muchas áreas la estandarización tecnológica se encuentra todavía en su infancia, o permanece fragmentada. No es de extrañar que la gestión y el fomento de la rápida innovación tecnológica será un reto tanto para los gobiernos como para la industria. Pero quizás uno de los retos más importantes es convencer a los usuarios a adoptar tecnologías emergentes como la RFID. Las preocupaciones sobre la privacidad y la protección de datos están muy extendidas, especialmente cuando los sensores y etiquetas inteligentes pueden rastrear los movimientos de un usuario, sus hábitos y sus preferencias de forma continua.” Fuente: ITU Internet Reports 2005: The Internet of Things

Con todo esto no es, en absoluto, descabellado, pensar que al twittear nuestra salida del trabajo, el horno de nuestra cocina empiece a preparar el asado de nuestra comida, que se avise al vecino que trabaja dos manzanas más allá para que acuda al punto de recogida y que nuestro vehículo proceda en su lugar de estacionamiento y recarga eléctrica a desempañar los cristales (en invierno) o a refrigerar el habitáculo (en verano), sin gastar un combustible que más tarde precisaremos para reforzar la capacidad de utonomía de nuestra batería eléctrica recargable.

IBM, la sempiterna multinacional de las tecnologías de la información, que parece que vuelve a posiciones destacadas, después de años de ver amenazada su hegemonía por empresas más recientes: Microsoft, Google, Oracle, etc., lo tiene claro, ha visto las oportunidades de negocio y empieza a posicionarse en el mismo, soportando gran parte de sus campañas de promoción en el concepto “smart” con la elaboración de varios informes y documentos sobre el concepto de inteligencia aplicada a diferentes aspectos de la vida cotidiana.

Entre estos informes, destaca el dedicado a las ciudades inteligentes: A vision of smart cities , puesto que éstas serán los lugares en los cuales residan la mayor parte de las personas y en dónde se llevarán a cabo la mayoría de las transacciones comerciales del siglo XXI.

La visión transmitida en el informe es la de la ciudad como un sistema en el cual se desarrollan diferentes subsistemas, críticos para la vida y el confort de los ciudadanos, que será necesario gestionar más inteligentemente (o, dicho de otra manera, con menor desperdicio de recursos) que en la actualidad. Los subsistemas en los que se puede descomponer la actividad de una ciudad son:

  • Servicios de la ciudad, correspondientes a los que, típicamente, se asocian a la administración local: planificación, urbanismo, emergencias, …

  • Ciudadanos: seguridad física, salud, educación, etc.

  • Negocios: financiación, comercio, acceso a información, …

  • Transporte, por todos los medios y de todos los tipos.

  • Comunicaciones: telecomunicaciones.

  • Agua.

  • Energía

Ánimo, hay mucho trabajo por hacer.